domingo, 14 de febrero de 2010

De árboles y verbos




Lo peor de todo era haberse dado cuenta que no era el afuera quién se interponía entre mí cuerpo y mi pensamiento, era mi diálogo que me interceptaba en un acto de rebelión contra mi misma.Mi cuerpo me daba los gestos precisos de mi pensamiento cerrado y obtuso, duro e intransigente que negaba la sorpresa de lo desconocido.


Había olvidado el vértigo de lo no sabido. La idea de muerte cotidiana, la frescura que me había llevado a las aventuras grotescas y peligrosas que hoy no podría narrar sin pensar que me invento una mujer destructiva e inconsciente.


¿ Qué había interceptado ese ser esencial?


La idea de tener una vida mía me estaba ofuscando. Los verbos tener y deber y el verbo ser hecho sustantivo y sujeto al sujeto me tenían en el agote mismo del caballo de carreras en un box humanizado y contranatural.


La paradoja del despierto que elije la salud y se mata así mismo era el pan de los días y las noches.


La pregunta por una cultura , por una respuesta adecuada, por un lugar preciso que existe cómodo y a la espera de mi encuentro no me permitían perderme en el abismo.


Todo siguió así hasta el momento en que decidí matar mi lenguaje aunque la ilusión era una sensación dolorosa en mi pecho frágil y expuesto a la decisión de que cada día me moría.


Nada está calmo pero todo ha cobrado vida.


Perdida la ilusión


empecé a redactar cada instante como el continuo de un proceso que no entiendo.


La respuesta es no tener respuesta y la angustia la ola que me empuja.


Sólo la alegría se acerca cuando no la busco.


Y en el momento de amar mi cuerpo me lleva


y en el momento de hablar mi cuerpo me conduce por dentro a un diálogo insoluble


de palabras sociales individualizadas a mi gusto y disgusto.


La impersonalidad de la vida me atraviesa me asusta y me conmueve.


Sólo queda la percepción intangible del invento de lo humano en lo que me enmascaro y me desencuentro, el lo que me escondo para hablarnos y me pierdo para encontrarme.


Más allá de la Naturaleza queda el lenguaje inventando categorías que a veces me matan y a veces me calman.


De a ratos quisiera ser árbol para sentir las profundidades enraizadas, el tumulto oscuro de los insectos sin luz y las ramas queriendo abrazar el infinito.


La austeridad del silencio y la imposibilidad de querer ser lo que no soy siendo lo que soy , sin ser ni más ni menos que un árbol.






1 comentario:

Una tipa dijo...

Me quedé pensando en las categorías...que manía de despersonalizarnos que tienen!!

Besos amiga.